Hay quienes aseguran que la mejor época de la industria fueron los noventa. Ahí se dio inicio a  la década dorada de las supermodelos, incluso, algunas eran más reconocidas que los mismos diseñadores para quienes desfilaban. Crearon un concepto que, hasta en la actualidad, sigue vigente pero desde otra perspectiva. Dentro del club de los noventa, existen nombres destacados y entre ellos se encuentra el de Cindy Crawford. Una norteamericana de cuerpo esbelto y belleza clásica que logró consolidarse como “la supermodelo de la historia” o también, como el rostro más reconocido de Estados Unidos. Su presencia magnética en las pasarelas y en las portadas de revistas ha trascendido generaciones, convirtiéndose en un ícono atemporal de la elegancia y la gracia.

Nació en 1967 en Estados Unidos y su ascenso fue meteórico. Inició a muy temprana edad y a lo largo de su adolescencia demostró un talento innato en el modelaje. Incluso, ganó un concurso en la agencia Elite. Pues se vio en la necesidad de empezar a trabajar cuando su padre la abandonó a los 16 años. Sin embargo, este hito no fue un impedimento para consagrarse en la industria. Su armónico rostro, que destacaba por el lunar arriba de sus labios, la llevaron a protagonizar portadas para Vogue USA, España y tantos países más. Su carrera ha sido una de las más importantes en la moda. Porque además de trabajar con las firmas más relevantes, es una de las modelos comerciales más conocidas en la historia.

Cortesía Getty Images

Crawford tenía la capacidad para encarnar la esencia de las distintas firmas con las que ha colaborado, y esto la llevó a convertirse en un ícono atemporal sumamente versátil. De hecho, llegando a impactar en otras industrias, porque pasó a ser un personaje de culto, dejando así  una huella indeleble en la cultura. Sin duda, es un símbolo de belleza y elegancia perdurable. Sin embargo, su trabajo ha destacado por la fama que cosecha y el nombre que ha construido con los años, y no tanto por sus hitos dentro del modelaje.

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