LA ARMADA INGLESA
- marzo 6th, 2023Cuna de genios irreverentes y plataforma de la más rabiosa creatividad, Londres se consolida como la capital del talento emergente. Una prometedora hornada de diseñadores confirma el éxito de la factoría que no cesa. Desde Erdem a Jonathan Anderson, pasando por la brillante Mary Katrantzou. Historias únicas, con aptitudes innatas y colecciones que desbordan magia, exclusividad y amor por el diseño.
por CLAUDIA SÁIZ
actualizado por FELICITAS JEFFERIES
A pesar de las crecientes tendencias uniformadas, Londres está todavía lleno de insólitas inmediateces de épocas y estilos, de contrastes arquitectónicos y humanos. Más que la sucesión o la mezcla, ambas creadoras de unidad, aquí domina la incrustación: lo viejo en lo nuevo, Oriente en Occidente, lo privado en lo público… Y uno de los ejemplos más gráficos de esta nueva sociedad multicultural británica es el barrio del East End. Esta zona, en la que por 1888 Jack El Destripador sembraba el terror y la vida del deforme Hombre Elefante era continua referencia en los diarios, donde el hambre, la enfermedad y la pobreza campaban a sus anchas hasta hace muy poco, es hoy uno de los más importantes hervideros culturales de la ciudad, donde se congregan más de 10.000 artistas. Un barrio definitivamente cool, que acoge a numerosos inmigrantes surasiáticos que llegaron en la década de los 50 y, atraídos por los bajos precios de la zona, se asentaron allí. Motivo que también empujó a una profusión de artistas y diseñadores al barrio: hacinados en pequeños cuartos en el oeste, en el este podían costearse espacios diáfanos gracias a la amplia tradición industrial de la zona. El sueño de cualquier artista. Desembarcaron galeristas, llegaron las tiendas de diseño, ropa moderna, restaurantes… Hasta convertirse en una de las áreas culturalmente más boyantes, y también de las más codiciadas. Este nuevo corazón de la capital palpita y, al ritmo de sus latidos, nace la moda del nuevo siglo. Del St. Martin College of Art & Design, la reputada fábrica de genios de la elegancia, ya han salido los sucesores de John Galliano, Katherine Hamnett o Alexander McQueen. Jóvenes creativos que dan sus primeros pasos con la fundada esperanza de que la excentricidad británica les permita el acceso al club de los grandes diseñadores. Su arma: la capacidad de asumir las banalidades de la vida, jugar con ellas y revisarlas mediante el lenguaje clásico de la moda. Se proponen levantar un imperio: el nuevo reino de la excentricidad e innovación. Su punto neurálgico de operaciones era el colegio Rochelle, en Arnold Circus. Este edificio victoriano de 1899 albergaba en su interior a las nuevas cabezas del british fashion system, que desde diferentes enfoques, inquietudes y soportes dotan a la moda inglesa de un sabor inconfundible frente a París y Milán. Las aulas se convirtieron en los estudios de los diseñadores Giles Deacon, Luella Bartley y Katie Hillier, y de otros artistas, como el pintor Luke Gottelier y el músico Steve Mackey -antiguo miembro del grupo Pulp-. Además, Juergen Teller, Phoebe Philo, David Sims o Stuart Vevers fueron sólo algunos de los asiduos a las instalaciones escolares que ya las consideraban como su hogar. Estudios atestados de retales, maniquíes con pruebas de diseño, tijeras y dedales, tizas y cartulinas, tul y prendas descosidas, ayudantes agotados y modelos aburridas a la espera de su ftting; irrupciones de un estudio a otro y un fujo constante de ideas. “Casi todos nos conocíamos con anterioridad: Luella de St. Martins y a Steve por su novia Katie Grand, gran amiga mía de St. Martins. No es coincidencia que acabásemos en el colegio, pues el fin que buscaba James Moore, su propietario, era reunir a los talentos más relucientes del panorama británico bajo un mismo techo”, comenta Giles. En el 2000, James Moore -pintor, comisario de la Bienal de Liverpool, fundador de A Foundation y ex de Luella Bartleyadquirió por dos millones de libras el colegio, con la intención de transformarlo en un estudio con personas provenientes de diversos campos de la creación. No siempre fue considerado un paraíso terrenal de la costura. La prostitución y la criminalidad sacudían las calles, los vagabundos acampaban en los sectores aledaños y los robos se sucedían con frecuencia. “Cuando nos mudamos en el 2003, este ambiente de violencia y agresividad no nos disuadió en absoluto. Para contrarrestarlo adoptamos pavos reales y los instalamos en jaulas en el tejado. Al mismo tiempo, fue un acto de bienvenida hacia nuestros vecinos, la mayoría de Bangladesh, ya que esta ave proviene de esas tierras”, continúa Deacon. El diseñador cuenta que para ser creador es imprescindible saber mirar, analizar, admirar y reflexionar sobre el trabajo de los artistas que le rodean, pues acotar el espacio intelectual le resulta incómodo, porque muchas veces el terreno del arte no cumple con sus expectativas. “Desde el dibujo de algún compañero, a los muebles de Hans Bellman o los dibujos de Colin Self, como las mil tonalidades del ladrillo, del chocolate de las plazas georgianas al rojo encendido de barrios, como el que se extiende al oeste de Sloane Street, o el fantasioso cromatismo que cubre los puentes y los mercados victorianos.
Cualquier rincón tiene hueco en mi archivo mental”. La colaboración entre ellos es palpable, por ejemplo, Stevie realizaba la maqueta musical para los shows de Deacon o Bartley, y Katie diseñaba junto con Luella los complementos para sus desfiles. O surgen joint ventures, como el de Stuart Vevers, por aquel entonces diseñador de Mulberry y ahora de Coach, con Giles, produciendo los complementos cada temporada para completar su trabajo. En aquellos años, 2007, el East End era un microcosmos que reunía lo mejor de Londres. Un verdadero felón de creatividad: estudios, galerías, jazz, teatro… El último bastión de lo que fuera un gran barrio industrial, era un llamativo foco de creatividad, gracias a la profusión de centros como el Rochelle School, donde el resto de los barrios colindantes se fueron contagiando y surgiendo cabezas creativas como Erdem Moralioglu, Mary Katrantzou, Jonathan Anderson y Peter Pilotto, entre otros
J.W. ANDERSON Y SU DISEÑO ÚNICO
Existen dos Anderson, tan sólo diferenciados por una segunda inicial. J.W. Anderson, artífce de la etiqueta más demandada y ambiciosa de Londres, deja la W en su casa londinense de Dalston cuando sube en el tren Eurostar de camino a las ofcinas de Loewe, para convertirse en Jonathan Anderson. Sin embargo, este irlandés de tez pálida y pelo rubio pajizo revuelto interesa desde 2008 por su etiqueta de culto en cada una de las semanas de la moda de Londres. Su estética de diseño único ofrece una interpretación moderna de la masculinidad y la feminidad, creando siluetas que hacen refexionar a través de una consciente polinización cruzada entre elementos del armario varonil y femenino. Creció en la Irlanda del Norte de los años 90, bajo la amenaza de coches bomba a diario y situaciones que, para los ojos de un niño, son difíciles de olvidar. Su padre, entrenador de rugby del equipo nacional durante los 80, no consiguió traspasarle la pasión por este deporte, pero sí su instinto de competitividad… CONTINÚA LEYENDO EN ISSUE #48 SUSCRÍBETE AQUÍ
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