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Woman

#FLASHBACKFRIDAY: LA VERDADERA PASIÓN DE MARC JACOBS EN EL FALL 1994

Por Andrea Cova - diciembre 27th, 2024

En el universo de la moda, algunas colecciones se definen por su elegancia, otras por su destreza técnica, pero la colección Otoño 1994 de Marc Jacobs marcó un antes y un después. Más que una simple pasarela, fue una performance teatral, una celebración de la individualidad y el momento en que el diseñador transformó por completo lo que significa “divertirse” con la moda. Presentada en un loft industrial en SoHo, Nueva York, esta colección representaba un regreso a lo grande para Jacobs. Después de la caótica y revolucionaria colección grunge que diseñó para Perry Ellis en 1992—un show que lo llevó a su despido de la marca—, Jacobs decidió tomarse un tiempo. Como contó a Elsa Klensch en una entrevista, necesitaba un descanso para reflexionar. ¿Qué era lo que realmente amaba? ¿Qué se sentía auténtico para él? Y, lo más importante, ¿cómo podía regresar a la moda siendo fiel a su propia visión?

La respuesta llegó en forma de una colección Otoño 1994 desbordante de creatividad, un derroche de audacia y diversión que desbordó todo límite de lo establecido. Si los años 90 fueron la década del grunge, el minimalismo y la deconstrucción, Jacobs descartó todo eso y decidió que la moda podía (y debía) ser un espacio de indulgencia, de gozo, de combinaciones. Esta colección quedaría grabada en la historia por su valentía y exuberancia, y por ser un grito de libertad en un momento en que la moda necesitaba urgentemente un giro hacia lo lúdico.

Los corazones estaban por todas partes en la colección—dibujados en suéteres, bordados en vestidos, colgando en pendientes. El amor del diseñador por la forma femenina y sus accesorios se reflejaba en cada prenda. Los corazones fueron una obsesión, sí, pero también aparecieron números y letras, sobre todo en la forma de broches de diamantes. En Amber Valletta, por ejemplo, un broche formaba un número de teléfono en su “le smoking” de corte impecable, enviando una sonrisa cómplice a la audiencia.

Cortesía Marc Jacobs

Pero no solo los corazones cautivaron a Jacobs. El diseñador adoptó una aproximación audaz y casi anárquica hacia el color, la textura y las siluetas. Las modelos desfilaban con combinaciones imposibles: faldas de leopardo con suéteres azul eléctrico, chaquetas amarillas chillón con pantalones de látex negro mate. Jacobs jugaba con lo inesperado, haciendo que lo “incorrecto” fuera lo más atractivo. Un vestido mini de lamé amarillo se combinaba con un top rosa de látex, una mezcla que era inquietante y perfecta al mismo tiempo. Y luego estaba Kate Moss, quien desfilaba con un pequeño vestido negro (LBD) adornado con unos enormes auriculares de peluche, creando un contraste surrealista con la sensualidad tradicional del LBD.

Jacobs no temía mezclar materiales. El látex apareció en varias ocasiones; ajustado, brillante y llamativo. Pero también insertó tejidos más suaves y reconfortantes, como los suéteres Fair Isle, diseñados especialmente para sentirse tanto nostálgicos como contemporáneos. Su uso de tejidos laminados, como en las minifaldas A-line, otorgaba un aire futurista a la colección, mientras que los tirantes de diamantes brillaban como estrellas en un vestido rojo pasión de punto. Una de las piezas más destacadas fue un “vestido de patinadora”; un diseño ceñido que parecía estar construido para derretir el hielo. Era audaz y sensual, pensado para una mujer que no tenía miedo de entrar en una habitación y atraer todas las miradas.

Cortesía Marc Jacobs

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