Tutankamón, Leonardo da Vinci, Mick Jagger, Michael Jackson, todos ellos tienen algo en común: el destello de las lentejuelas. Fue entre algún punto de 1480 y 1482 que el innovador Da Vinci pensó en una máquina que produjera pequeños discos de metal. Si bien el prototipo es parte del Codex Atlanticus, nunca llegó a fabricarlo. Ya en Venecia en el siglo XIII se ocupaba un zecchino (moneda dorada) adherido a las prendas como símbolo de opulencia y riqueza. Ese es el origen de su nombre en inglés, sequin, que se vincula al árabe sikka, que se refiere a moneda, para posteriormente pasar al término en italiano.

El descubrimiento de los discos dorados en las prendas de Tutankamón cuando se encontró su tumba desató una egiptomanía en los años 20, lo que se tradujo en una fiebre metalizada que los diseñadores no tardaron en explotar. Durante esta época era popular el clásico vestido flapper, que hizo de las lentejuelas su principal elemento. Elsa Schiaparelli fue una de las caras brillantes de la década de los 30. Cuando el jazz quedó atrás y fue reemplazado por la música disco. Por su parte, Halston fue uno de los iconos de los 70 que volvió los pequeños brillantes su must have. En Hollywood también tuvieron su boom, como el resplandeciente vestido rojo de Marilyn Monroe.

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El material de las lentejuelas no siempre fue plástico, fue evolucionando con los años. El primer gran cambio vino cuando se reemplazó el metal por acetato. Sin embargo, tras el uso de éstas en el traje olímpico de la patinadora Sonja Henie, descubrieron que resultaba muy delicado. Fue descartado hasta que se cambió por el vinilo plástico, que se ocupa hasta el día de hoy. En la música, los principales rostros del glam rock eran The Supremes, el diseñador Michael Travis las vestía, y mientras más brillo, mejor. Mick Jagger, David Bowie y Michael Jackson también fueron grandes fanáticos de las lentejuelas. No por nada el guante brillante del último artista se convirtió en un ícono de la música.

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