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Opinion

AND JUST LIKE THAT…¿PECAR POR CARTA DE MÁS?

Daniel González Erices - febrero 14th, 2022

Con los acordes iniciales de Hello It’s Me de Todd Rundgren como música de fondo, haciendo un guiño al primer episodio de la secuela, llegaba a su final el esperado revival de Sex and the City (SATC), esta vez con el rótulo And Just Like That… (AJLT), lanzado el 9 de diciembre a través de HBO Max. Esta sea acaso una de las pocas escenas memorables —quizá la única, junto con el funeral de Mr. Big en la inmaculada sala blanca en la Greene Naftali Gallery en Chelsea— de toda la producción que se extendió por una decena de capítulos. No en vano, el sitio web de Valentino experimentó un incremento de más de un 1000% de visitas luego de que el desenlace fuese estrenado el pasado 3 de febrero. La razón es una sola: el extraordinario vestido de alta costura de satén naranjo diseñado por Pierpaolo Piccioli para la colección Primavera/Verano 2019 de la casa italiana, que la mítica protagonista de la serie, Carrie Bradshaw, luce mientras camina parsimoniosamente por el Pont des Arts de París. En la secuencia, el personaje se aproxima a una de las barandas del puente que cruza el Sena, enmarcado por la arquitectura del Institut de France, con el insalubre objetivo de esparcir las cenizas de su difunto marido. Así, apoya su cartera con forma de Torre Eiffel, de Timmy Woods Beverly Hills, la misma engastada en cristales Swarovski que utilizó en el primero de los filmes homónimos, y en la que transporta los restos incinerados de Mr. Big que terminarán contaminando las aguas del río de la capital francesa.  

Cortesía de Getty Images

     

El fin de AJLT, en lugar de generar una cierta nostalgia, fue parecido el alivio que produce la última palabra que pone término a una incómoda conversación. Y diría que ese es la cualidad que mejor describe a esta secuela: incomodidad. Episodio tras episodio, nuevos detalles de la historia se iban agolpando sin ningún sentido, aparente al menos. El primer gran elemento disruptivo, comentado con insistencia por las audiencias y la crítica, fue Che Díaz, personaje no-binarie interpretade por Sara Ramirez. Los inconvenientes de Che no tienen, a decir verdad, nada que ver con el avasallador talento de Ramirez, quien, con toda probabilidad, hizo lo que mejor pudo con el defectuoso guión que le fue entregado. Lamentablemente, Che reúne y externaliza muchos de los elementos problemáticos de AJLT. Y es que la presión ejercida por las expectativas del público no era menor. SATC, pese a ser un hito indiscutido en la historia de la televisión, y de los medios de comunicación de masas en general, no ha envejecido bien, al igual que sus contemporáneas Friends y Dawson’s Creek, o las más recientes Two and a Half Men, How I Met Your Mother y Modern Family. Los dos largometrajes que siguieron a la serie original, y en particular el segundo de ellos, profundizó aún más algunas de las dimensiones conflictivas de la historia: cómo olvidar esa pesadillesca secuencia en la que un grupo de mujeres árabes “salva” a las cuatro neoyorkinas, escabulléndose por un pasaje oculto, para luego mostrarles que bajo sus burkas vestían la última colección de Louis Vuitton, lo que en la reflexión de Carrie parecía borrar las diferencias entre unas y otras —una torpeza superficial que no merece mayores comentarios.

En tales circunstancias, la tarea de Che era titánica, pues debía saldar una de las deudas más delicadas que contrajo SATC mientras estuvo al aire, aquella con la comunidad trans. En el final de la tercera temporada, bautizado Cock a Doodle Do!, Samantha tiene varias discusiones con un grupo de prostitutas transexuales afroamericanas que, apostadas bajo su departamento en Meatpacking District, no la dejan dormir ni tener sexo debido al escandaloso ruido. Hay mucho que se puede decir al respecto, sobre todo acerca de la manera denigrante en que se refieren a los cuerpos de estas prostitutas, pero el reproche más frecuente es que SATC, una serie a favor de retratar subjetividades sexualmente diversas, limitó a la población trans y afroamericana a uno de los topos más burdos empleados por el cine y la televisión. Che debía, en parte, finiquitar esa obligación impaga —compromiso al que se agregaba, además, un déficit ineludible con la colectividad latina. El resultado es desastroso por varios motivos, entre los que cabe indicar el collage interminable de identidades subalternas encarnadas por Che (no binarie, bisexual, butch, mexicane, irlandese, etc.), junto con la bondad, agudeza y asertividad del personaje bordeando en lo caricaturesco. 

Cortesía de Getty Images 

Algo equivalente puede ser dicho sobre Lisa Todd Wexley, o LTW, interpretada por Nicole Ari Parker, a saber: una mujer afroamericana, de clase alta, ligada al mundo artístico e intelectual, madre en extremo diligente y con una integridad moral intachable. De hecho, toda su familia exuda perfección. Sin embargo, uno de los méritos de SATC es que lograba explorar la psicología de sus personajes principales y secundarios más allá de los estereotipos groseros, poniendo en jaque (aunque no siempre de modo exitoso) algunos lugares comunes: nadie era absolutamente bueno, ni nadie era absolutamente malo, eran solo seres humanos con algún grado mayor o menor de neurosis. AJLT hizo todo lo contrario al intentar cubrir en su totalidad el espectro concebible de diferencias sexuales, raciales y sociales que las y los espectadores podrían llegar a imaginar, transformando a cada una de esas representaciones en seres transparentes, virtuosos y, por lo tanto, en clichés de lo políticamente correctos. En una línea idéntica están la profesora afroamericana de Miranda en Columbia, Nya Wallace (Karen Pittman) y la agente india de bienes raíces de Carrie, Seema Patel (Sarita Choudhury).  

En estrecha pertinencia con lo anterior, se suma otra debilidad mayor en la secuela, que supone ser la relación entre realidad y ficción, la que había sido, en cambio, una de las grandes conquistas de SATC. Hay que recordar que esta fue tal vez la primera producción televisiva que se filmó en locación durante sus seis temporadas, no como muchas otras situadas en Nueva York, pero grabadas en Los Ángeles y que hacían uso constante de ambientes recreados en estudio. Los que hemos tenido la fortuna de conocer bien la ciudad, pudimos reconocer sin problemas las tiendas de Hermès en Madison (sustituida hoy por una nueva flagship en la misma avenida), Manolo Blahnik en la calle 54 Oeste (sustituida hoy por una nueva flagship en Madison), Prada en SoHo, Barneys (hoy desaparecida) o Bergdorf Goodman. Asimismo, aparecieron inconfundibles restaurantes del Midtown, como Eleven Madison Park, Brasserie 8 ½ y Estiatorio Milos. Y, por último, la ropa. En la producción de AJLT hubo una gran ausencia que se dejó sentir: la diseñadora Patricia Field, quien históricamente supervisó los outfits de los personajes en SATC. En su reemplazo, Molly Rogers, colaboradora permanente de Field, hizo este trabajo para la secuela. El cambio no pasó desapercibido y quedó un sinsabor extraño, en especial, en el nuevo estilo de Carrie, que intentó mantener su audacia característica, pero sin el mismo edge. 

Por lo demás, AJLT perseveró en ignorar, como también ocurrió en las películas —con la sola excepción de la secuencia de Carrie en bridal couture para Vogue—, la cualidad ‘verificadora’ que tenían las marcas y la ropa con miras a crear un efecto de autenticidad en el relato, congruente, de alguna manera, con el pretendido tenor autobiográfico que tenía SATC. La médula de la narración, que sería además la inspiración para su formato, es la crónica de las propias experiencias amorosas de una columnista y la de sus amigas, teniendo como trastienda escenográfica a Nueva York. Es decir, una bitácora ficticia (pero con una pizca de realidad) de la vida en la ciudad que nunca duerme. Los cameos de Donald Trump, Kevyn Aucoin, Heidi Klum, Isaac Mizrahi y Lucy Liu desempeñaron, también, ese propósito. La ropa era una suerte de evidencia material, tangible de que las vivencias ahí vistas no eran una mera fantasía, sino que eran coherentes con el consumo, el exceso y el frenesí incesante de Manhattan. En los largometrajes y la secuela, la columnista como tal, precisamente, sucumbió para dar paso a cualquier cosa, pero nunca más a Carrie frente a su computador, redactando icónicas frases como: I couldn’t help but wonder 

El hecho de que la actividad escritural de la protagonista siguiese siendo omitida en AJLT fue, ni más ni menos, que ahondar en la estrategia más certera para aniquilar aquello que había hecho de SATC algo por completo fundamental e innovador en la industria cultural: poner en la palestra la voz testimonial de una mujer que hablaba, a sus anchas, sobre la sexualidad, la emocionalidad y la intelectualidad femeninas. ¿Qué rol cumplieron Manolo Blahnik, Jimmy Choo y Christian Louboutin en este contexto? Justamente, el ser los inseparables sidekicks de Carrie, como ella misma lo afirmase: “The fact is, sometimes it’s really hard to walk in a single woman’s shoes. That’s why we need really special ones now and then to make the walk a little more fun.                     

Por Daniel González Erices, académico de la Facultad de Artes Liberales de la Universidad Adolfo Ibáñez 

Cortesía de Getty Images

                     

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