UNA LEYENDA ITALIANA: LOS ESTAMPADOS DE EMILIO PUCCI
Por Claudia Sáiz. - mayo 3rd, 2021Emilio Pucci pertenecía a una de las familias aristocráticas más antiguas de Italia. Esquiador profesional, este genio de la moda comenzó creando su propio vestuario. Hoy, un libro joya de coleccionista recoge y recuerda cómo la firma de los dibujos psicodélicos y geométricos mantiene vivo el legado de su fundador.
A Marilyn Monroe la enterraron en 1962 con su prenda favorita, un sencillo vestido verde lima de punto, con cuello barco y manga francesa. Para celebrar su cumpleaños número 40 en Atenas, en 1969, Jacqueline Onassis escogió un modelo corto, estampado, que combinó con un generoso collar de perlas. También en la década de los 60, Marella Agnelli recibía con coloridos pijamas palazzo, y Brigitte Bardot saltaba de yate en yate luciendo caftanes caleidoscópicos. Todo obra de Emilio Pucci. No eran ni son las únicas incondicionales del diseñador. Laudomia Pucci, hija del creador y actual vicepresidenta y directora de imagen de la enseña italiana, escucha a menudo a mujeres que le narran cómo vestían su marca. “Hace unos años, en Nueva York, estaba en una comida y una señora me contó que tenía dos de nuestros libros en casa. Me dijo que cada uno hacía juego con uno de sus vestidos, así que ponía un ejemplar en el salón, dependiendo de que llevara puesto”, recuerda. Ahora el libro ‘Emilio: Pucci Fashion Story’ (Taschen), se reedita 10 años después, de nuevo con portadas diferentes, encuadernadas con distintos estampados del archivo. La versión para coleccionistas se ha agotado en apenas una semana, tan codiciada como sus pañuelos antiguos. Bautizado por la prensa como el ‘príncipe del estampado’, el marqués Emilio Pucci de Barsento, heredero de una aristocrática familia florentina, llegó a la moda por azar. En 1947 estaba esquiando en Suiza con su novia, para la que había confeccionado por diversión unos vistosos conjuntos. Entre ellos un pantalón stretch y una cazadora con capucha. Pero dio la casualidad de que por las pistas alpinas de Zermatt también se deslizaba esos días la fotógrafa Toni Frissell, quien tomó varias instantáneas de la estilosa pareja. Aquellos retratos acabaron en la mesa de Diana Vreeland, todopoderosa editora de la revista Harper’s Bazaar, que se encargó del último empujón y que provocó la agitación en los armarios de una sociedad embriagada por la Alta Costura parisina. Desde ese momento le llovieron los pedidos y comenzó la liberación del vestuario de la mujer gracias a vestidos elásticos, chaquetas con movimiento, tejidos novedosos, diseños que abrazaban el cuerpo y unas magníficas pinceladas geométricas que dieron a luz estampados irrepetibles, no sólo por sus estratégicas composiciones, sino también por su rúbrica impresa en ellos.
Siete décadas después, gente de todo el mundo es capaz de asociar el nombre de Pucci con sus trazos pigmentados. “Creo que mi padre acabó diseñando moda por su amor hacia las mujeres. Si hubiera pintado sus estampados sobre un lienzo quizá hubiera sido artista”, dice su hija. Seguramente por ello se movió con destreza por todos los campos: diseñó autos, alfombras, uniformes o botellas de vino sin perder la esencia. “Cuando trabajaba sobre un objeto pensaba qué podía añadirle. No solo embellecerlo, sino relacionarlo con su visión”. Un hombre del Renacimiento que vivió varias vidas: estudió en Estados Unidos, fue piloto durante la guerra y acabó en una prisión nazi. De las secuelas de aquello se recuperaba en Suiza durante su encuentro con Frissell. Abrió una pequeña tienda en Capri, destino vacacional del jet set, y contribuyó con su estética a forjar la leyenda de la dolce vita. También, con su pasión por la artesanía, a ensalzar la etiqueta del made in Italy como sinónimo global de calidad. Son las visiones de personas como él, aunque no solo las que concibieron la excelencia por la que es conocida la industria italiana. Pucci es una firma que habla de optimismo, color y libertad de movimiento. “Ahí está la diferencia entre una empresa de moda dirigida por un diseñador y asociada a una silueta, y otra cuyo ethos tiene menos que ver con la pureza estética que con una idea emocional, que puede reinterpretarse y refinarse según sea necesario, y que puede mirarse a través de múltiples visiones”, escribe en el libro Vanessa Friedman, crítica de The New York Times. Tarea que ha recaído, tras el fallecimiento del marqués en 1992, en Christian Lacroix, Matthew Williamson, Peter Dundas y Massimo Giorgetti. Laudomia se hizo cargo de la compañía hasta el año 2000, cuando vendió su mayoría al conglomerado de alta gama LVMH y asumió su rol actual. Fue una herencia inusitada en una familia que tenía como antepasados a nombres tan ilustres como Lorenzo de Médici o Catalina la Grande. Antes de Emilio, los Pucci dirigían Florencia y, como al creador le gustaba señalar, él era el primer miembro de la saga en más de mil años que trabajaba. Con una mente modernísima, Emilio Pucci fue, además, el inventor del prét-á-porter, aplicando unas cuantas reglas. Una de ellas fue la colaboración con las industrias textiles que forman la base del éxito del made in Italy y que le permitió patentar los primeros jerséis de seda ultraligera, confeccionados en la fábrica Boselli, en Como. En sintonía con el espíritu y la cultura más avanzados de su tiempo, el fashion designer proponía formas dinámicas para interpretar la vida contemporánea y una riqueza inédita de inspiración, centrada en la artesanía, el arte y la tradición italiana. Se le debe a Pucci la liberación del cuerpo femenino, precisamente en los años en los que la moda francesa, dirigida por Christian Dior, proponía la restauración de los corsés apretados y las faldas largas e inmensas. El marqués, que se lanzó al mundo del diseño con una pequeña colección de esquí –seguida en 1948 de otra de trajes de baño en blanco y negro–, propuso, en un alarde de valentía, una especie de estilo unisex: pantalones rectos y camisas masculinas para llevar con el cuello subido. Una sencillez que venía realzada por magnífcos motivos y colores, inspirados en el paisaje italiano: el amarillo Taormina, los azules verdosos del mar de Capri o ese especial rosa buganvilla, que se convertiría en el rosa Emilio. Más de 800 tonalidades recogidas y guardadas en dos preciosos muestrarios.
Cortesía de Emilio Pucci
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